Es el GP más esperado por todos, y para serlo no necesita de adelantamientos. Se trata de una de la carrera más procesionales del año, pero ver correr a ‘nuestros’ monoplazas a los pies de los edificios lo hace más reales, menos máquinas, más humanos. Humeantes, contorneándose de formas imposibles, como un elefante que entra en una cacharrería, por lo que resulta más maravilloso aún cuando toda esa potencia bruta también se transforma en una precisión quirúrgica. Es una conjunción increíble entre hombre y máquina.
Pero, quizás no sea tan extraño, porque contrariamente a lo que piensan algunos de nuestros dirigentes y cabezas pensantes, la F1 no sólo son adelantamientos: imagínate un sábado por la mañana, con la típica humedad de la marina de Mónaco. Una humedad pegajosa que aún no llega a calar puesto que el son no está arriba del todo. Ubicado en la Avenué des Spélugues, un verdadero santuario de la velocidad, desde donde puedes divisar un par de buenas curvas del mítico Montecarlo. En los balcones cercanos la gente se asoma dispuesta contemplar la acción de la mañana, mientras en dos o tres terrazas cercanas, un par de modelos tomarán el sol al ‘run-run’ de los V8… ¡déjalas no saben lo que se hacen!
La sesión libre está a punto de comenzar, y escuchas desde tu posición el encendido de los motores, las comprobaciones pertinentes antes de que esto empiece a rodar. Y ese ruido va a más, porque el primer monoplaza pasa a la acción y los ecos de sus caballos se escuchan por Sainte Devote, y luego por Casino, para llegar a Mirabeau. Pero esta vez no habrá nada especial, claro, se trata sólo de la vuelta de instalación. No obstante, acostumbrado al tráfico lento del fin de semana, ver pasar un misil a ‘sólo’ 60 Km/h, en una curva de 90 grados te acaba de despertar del letargo.
No obstante, después de unas cuantas vueltas empiezas a alucinar. Mirabeau, es todo técnica y coraje. Tienes ese carril peraltado esperándote, y lo único que tienes que hacer es levantar el pedal del freno a tiempo para bailar con la curva. Es una especie de juego malabar, donde pies y manos deben de hacer la coreografía perfecta, porque nada más pisas el freno la rueda delantera derecha se descargará ligeramente, a la espera de tomar de nuevo tierra firme, más o menos, cuando el piloto volverá a dar gas. Suben la revoluciones, que resuenan en tu pecho y entonces, inevitablemente, una marca de goma negra aparecerá de la nada casi bajo tus pies, mientras el olor a gasolina y goma quemada se expande entre los raíles de la bahía monegasca.
Pero eso no es todo, porque entonces te giras y tienes delante el Grand Hotel, Loewe para los amigos. La horquilla imposible. Los pilotos tienen que reducir a primera. Es un lugar donde verdaderamente ves sufrir a un F1, donde el piloto debe de armarse de paciencia, y no ser demasiado osado con el gas. Todo es cuestión de manos. Se trata de no perder el vértice, dar un puntazo al gas, y corregir porque enseguida te enfrentas a la entrada de portier.
Desde tu posición en Mirabeau, puedes ver la entrada a Portier. Es curioso, pero Mónaco no es lo plano que parece en la televisión, y cuando lo paseas te sorprendes de los desniveles que puede haber por ejemplo entre Mirabeau y Portier. Podrían ser diez metros 10 m, así que desde tu ubicación se ve casi perfecto.
Aquí un F1 va tan lento que chirría, que sufre, ves toda su vida en estado puro latiendo a la espera de entregar su potencia bruta, ves como los pilotos intentan contornearlo por la estrecha doble curva de derechas. No existe una trazada única, pero es mejor que muerdas el piano con el mayor arrojo del mundo, porque lo importante es la salida, acelerar y acelerar, y tener la máxima velocidad que puedas para poder encarar el túnel, la parte más rápida de Mónaco, algo que tú ya no podrás saborear puesto que los F1 desaparecen a lo lejos en una oscura penumbra.
Sólo escuchas el eco de los V8, porque esas barreras metálicas junto a los muros de neumáticos generan un sonido aterrador pero único. Has sentido el gas en tus manos, el pecho te ha vibrado al compás que marcan los pilotos, la gasolina ha corrido por tus venas…
Autor: Manuel Ángel Gil para Thef1.com